RENE DEL
RISCO BERMÚDEZ, Recordándolo en el 49 aniversario de su fallecimiento
La noche del 20 de diciembre de 1972, René del Risco Bermúdez acudió a una cita con el destino en la avenida George Washington –el malecón de la ciudad capital. Era una cita al parecer ineludible, a juzgar por las veces que había sido presentida: una cita con la muerte prematura, muerte a destiempo junto al mar que el poeta amaba.
El hecho
trágico que enlutó a su familia también ensombreció y traumatizó al mundo de
las letras, y entre los escritores jóvenes y menos jóvenes se extendió un
sentimiento de vacío y orfandad. No era, ciertamente, para menos. A los
“treinta y siete años y en perfecta salud”, Whitman había comenzado a publicar
sus Hojas de hierba. Casi a la misma altura de la vida, en pleno goce de sus
facultades intelectuales, René del Risco Bermúdez se retiró bruscamente del
escenario en que había obtenido el más amplio reconocimiento, llegando a ocupar
un espacio privilegiado, único entre los miembros de las nuevas promociones. De
hecho, y a pesar de su partida a destiempo, se reveló como el más sobresaliente
talento literario de su generación, quizás de varias generaciones.
Del Risco
nació en 1936 en Macorís del mar, tierra de peloteros y poetas, y en la
práctica soñó con ser ambas cosas. La pelota, como deporte, se respiraba en el
aire: la poesía la llevaba en la sangre, siendo nieto de Federico Bermúdez, el
notable cantor de Los humildes. Hoy se sabe que descolló como animador,
publicista, narrador y poeta, aunque no como pelotero. Eso sí, fue fanático
irreductible de los Tigres del Licey.
Como tanto
jóvenes de la época, Del Risco participó –ya se he dicho- en la lucha política
antitrujillista dentro del Movimiento Revolucionario 14 de junio y conoció
temprano la cárcel –“fruta negra”, la llamaba Roque Dalton. Allí sufrió
vejaciones y torturas que no doblegaron su espíritu, pero dejaron huellas en su
cuerpo, un cuerpo que mostraba las clásicas quemaduras de cigarrillos en las
espaldas y señales inequívocas de martirio en las uñas.
Antes y
después de su breve estación en el infierno, desempeñó variados oficios y al
parecer alguna vez quiso ser abogado, según demuestra el hecho de haberse
inscrito en la Facultad de Derecho de la universidad estatal, única a la sazón
en el país. Por lo demás, no hay que acudir a su biografía para obtener
información pormenorizada de primera mano. Muchas de sus empresas en la lucha por
la vida –incluyendo su “fracaso como pelotero”- están documentadas en unos
versos de iniciación que hoy resultan casi sorprendentes por su carácter
festivo, excepcional y extrañamente festivo:
yo caí, me
recogieron,
me
acostaron en el jón,
y en
aquella situación
¡momento
grave y severo!
dejé de
ser pelotero
y cambié
de profesión.
He tenido
profusión
de
profesiones y empleos;
he dado
mil zigzagueos
en una y
otra cuestión.
He vendido
desde ron
hasta
espacios de parqueos,
........................................
“Qué es
usted? Si me preguntan
en un
barrio: “¡Locutor!”
en un
salón?: “¡Escritor!”
en un
patio?: “¡Tamborero!”
en la
iglesia soy santero
y en la
calle...Yo, que soy
Por el
mismo estilo, Del Risco amaba definirse como “poeta y cumbanchero”, y al decir
de alguno de sus íntimos quería que le pusieran este mote en su epitafio.
Afortunadamente se destacó más como baladista que como cumbanchero: Del Risco
escribió, en efecto, letra de canciones de inspiración honda y genuina, entre
las cuales se recuerdan “Si nadie amara”, , “La ciudad en mi corazón”, “Mira qué
mundo”, “Así, tan sencillamente” y “Una primavera para el mundo”. Algunas de
éstas alcanzaron éxito en las voces de notables intérpretes de la talla de
Horacio Pichardo, Francis Santana, Fernando Casado, Niní Cáfaro, Luchy Vicioso,
Felipe Pirela y Marco Antonio Muñiz.
Por
añadidura, el hombre fue un brillante publicista. Publicista, quizás, a
regañadientes, a contrapelo de su vocación literaria, quizás a contra
conciencia, quizás como simple manifestación de su desbordante energía
intelectual. No se sabe. En todo intento de aproximación a una vida y una obra
cabe un margen razonable de duda. De lo que nunca podrá dudarse es de su
humanidad y talento.
René vivió
agobiado quizás por un presentimiento o vocación de muerte prematura. En más de
un sentido, su arte poética es anticipación y presagio de la muerte, de muchas
formas posibles de la muerte, entre ellas la muerte física y la muerte por
inmersión social, la muerte por asfixia que conduce al conformismo. En más de
un texto, en serio y en broma, se describe suicida. La descripción es acertada
porque casi todo en él va de la mano de la muerte, la muerte que percibe
próxima, posible, la muerte convidada.
Ansiedad
de muerte y ansiedad de vida se corresponden con su personalidad ciertamente
compleja. Es neurótico, por supuesto, hipersensible, depresivo, tal vez más
autodestructivo que suicida, aunque nadie está más cerca del suicidio que un
depresivo. Con frecuencia recurre a somníferos, recurre a la bebida y lo
justifica porque “hay necesidad de ti, salobre vino hermano”. Por ser mal
bebedor, hace mala bebida y hace crisis. El hecho en que perdió la vida
permanece ambiguo: un accidente suicidio, uno de los pocos hechos ambiguos de
su biografía. Pero su muerte era anticipada.
Por otro
lado, mucho ha contribuido la maledicencia a difundir la tesis del suicidio,
alimentando el mito de un René asqueado de sí mismo en cuanto revolucionario
enganchado a publicista. Posiblemente René sufrió sus contradicciones como han
testimoniado sus más cercanos amigos, y sobre todo sus más cercanos enemigos.
Dejó constancia de ello en más de un poema memorable, y más específicamente en
“Entonces, ¿para qué”, el último del libro:
Para que
entonces, si sabemos
que esta
hoja de parra del amor mentiroso
se cae a
cada instante y nos desnuda
y nos
muestra tal como somos
hipócritas,
cobardes, ingenuos a propósito,
verdugos,
lamedores
a sueldo del látigo y el palo...
A pesar de
todo, René no traicionó sus ideales. Vendió “su fuerza de trabajo”, no su
conciencia. Probó el buen vino y el éxito económico, más no perdió la moral.
Alejado de la política militante, vio caer a sus compañeros y los incluyó en su
registro poético, dejando constancia de su adhesión a la lucha. Inútil es
buscar motivos que no existen. La muerte de René del Risco y Bermúdez –el más
dotado narrador y poeta de su generación- estaba escrita en su obra.
Texto:
Pedro Conde Sturla
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