158 aniversario de “La gesta de la Restauración de la República”.
Relato inextenso desde los antecedentes hasta su
gloriosa culminación. Interesante material de consulta.
En la historia dominicana, se conoce con el nombre de
Guerra de la Restauración, o simplemente La Restauración, al período bélico
comprendido entre el 16 de agosto de 1863 hasta la salida de las tropas
españolas el 11 de julio de 1865. Se le conoció con ese nombre porque su
finalidad era restaurar el Estado nacido el 27 de febrero de 1844.
Esta epopeya, en el sentido de “conjunto de hechos
heroicos o gloriosos, dignos de ser cantados en poemas”, fue, en palabras del
general español José de la Gándara: “La de Santo Domingo ha perdido el carácter
de un movimiento revolucionario, para tomar el de una guerra de independencia
nacional”.
Según Moya Pons: “La Guerra de la Restauración, que
comenzó siendo una rebelión de campesinos, muy pronto se convirtió en una
guerra de razas, por el temor de los dominicanos de color, que eran la mayoría,
a ser convertidos nuevamente en esclavos, y de ahí pasó a ser una verdadera
guerra popular que puso en movimiento todas las energías de la Nación para
lograr su independencia y la restauración de la soberanía”.
Una característica importante de la Restauración es
que los dominicanos, por su inferioridad en armamentos y personal,
desarrollaron una guerra de guerrillas; el líder de cada región dirigía a un
pequeño grupo de locales para hacer ataques sorpresivos y breves a las columnas
españolas.
Cuando era necesario atacar con grupos mayores de
soldados, esos grupos locales se unían bajo un único comandante mientras fuera necesario,
pero luego cada grupo se retiraba con su líder a su región.
La guerra de guerrillas confundió totalmente a las
tropas españolas que nunca encontraban al enemigo agrupado para una batalla
frontal. Solamente en el Sillón de la Ciudad, camino al Cibao, se puede hablar
de batallas. En todos los demás casos, fueron escaramuzas dirigidas a hostigar
a los españoles y provocarles bajas.
Revueltas preliminares de 1863
Neiba
El clima de malestar que existía en la colonia de
Santo Domingo “ya era evidente en los meses de noviembre y diciembre de 1862
cuando los oficiales españoles presentían el estallido de una rebelión en breve
plazo”. Los informes señalaban la región del Cibao como la más inclinada a
rebelarse.
Sin embargo, donde iba a darse la primera rebelión de
1863 no sería en el Cibao sino en el Sur, específicamente en Neiba,
perteneciente entonces a la provincia de Azua.
Un grupo de cincuenta hombres al mando del comandante
Cayetano Velásquez, asaltó el pueblo de Neiba y redujeron a prisión al jefe
militar del mismo, General Domingo Lazala, apoderándose de las municiones y el
armamento. Pero este movimiento fracasó por falta de preparación; el alcalde
ordinario hizo preso al jefe del movimiento y los que le seguían se rindieron
sin disparar un tiro.
Este levantamiento hizo al Capitán General Felipe
Ribero y Lemoine, gobernador de la colonia, movilizar fuerzas de caballería
hacia Neiba, recuperada cuando los españoles marchaban sobre la plaza, por obra
del alcalde del pueblo, quien pudo debelar la revuelta de Velásquez.
Abortó, pues, la rebelión de Neiba, y todavía no
sabemos qué se perseguía con ella. Esta revuelta parece haber estado
desvinculada de una gran conspiración que se tramaba en el Cibao, sobre todo en
la Línea Noroeste.
Línea Noroeste
Un movimiento más extenso, mejor planeado que el de
Neiba, se venía tramando desde hacía meses en todos los campos del Cibao,
inspirado y organizado por el prestigioso hacendado Santiago Rodríguez, quien a
la sazón era alcalde del pueblo de Sabaneta, virtualmente fundado por él mismo.
Rodríguez venía conspirando y difundiendo la idea
restauradora desde hacía tiempo. Era un patriota depurado, con participación en
las luchas nacionalistas desde los días del movimiento de La Reforma bajo la
dominación haitiana. Luego fue un Agente valioso de la Junta Central
Gubernativa, a través del General Ramón Mella y del delegado Manuel de Mena.
Combatió valientemente en Sabana Larga, con el grado de teniente, batalla en
que fue herido. La administración española quiso servirse de su prestigio
designándolo alcalde de Sabaneta, puesto que aceptó para encubrir sus
propósitos reivindicadores.
Su plan era iniciar la revolución restauradora al
cumplirse el aniversario de la Independencia, o sea el 27 de febrero de 1863, y
al efecto había extendido el movimiento hasta Santiago, Puerto Plata, Moca, La
Vega, San Francisco de Macorís, San José de Las Matas y los pueblos de la Línea
Noroeste (La Línea).
En esta tarea tenía como colaboradores a los coroneles
Lucas Evangelista de Peña, Norberto Torres, Juan Antonio Polanco, Benito
Mención, y los oficiales y paisanos Pedro Antonio Pimentel, José de la Cruz
Álvarez, José Ramón Luciano, José Cabrera, José Barriento y a otros que luego
ocuparían lugar preponderante en la lucha por la restauración o perecerían en
sus comienzos. Rodríguez había conquistado desde el principio al General
Antonio Batista, que era el comandante de armas de Sabaneta, y con su antiguo
amigo, y anterior comandante de armas de Sabaneta, Thomas Pierre, nacido en
Haití pero que luchó siempre al lado de los dominicanos.
De Puerto Plata llegó a prestarle una colaboración
entusiasta un joven lleno de exaltación patriótica desconocido entonces y cuyo
nombre era Gregorio Luperón.
El día 21 de febrero llegó a Sabaneta, desde Puerto
Plata, su hermano Manuel Casimiro Rodríguez, y le llevó la seguridad de que
Puerto Plata estaba lista para el pronunciamiento general en proyecto para del
día 27.
Todo estaba casi listo para el estallido simultáneo de
la revuelta, cuando el 21 de febrero Norberto Torres, embriagado, al ser
llamado "paisano" por un soldado español, rechazó el calificativo y
el saludo que éste le ofrecía y respondiéndole amenazadoramente, le hizo saber
que en el término de cinco días los españoles serían atacados.
La amenaza fue denunciada a las autoridades y éstas
trataron de prender a Torres, pero éste huyó arrojándose al Yaque, que cruzó a
nado, y fue al lugar denominado El Pocito, donde el coronel Lucas de Peña, jefe
de la conspiración en ese lugar y cuya misión era la de asaltar a Guayubín el
27. El coronel de Peña, pensando que la mejor defensa era el ataque, convocó a
los campesinos de las comunidades vecinas, y en la noche del 21 de febrero de
1863 atacaron la plaza de Guayubín.
Los patriotas fueron rechazados por los efectivos del
batallón español San Marcial, comandados por el General Fernando Valerio, de
guarnición allí. Pero, en un segundo ataque luego de penetrar por el
cementerio, pudieron vencer a la guarnición la cual hubo de abandonar al pueblo
replegándose a Montecristi y dejando armas y parque en manos de los atacantes.
Santiago Rodríguez lamentó aquella precipitación,
pero, ya rotas las hostilidades, se hizo cargo al amanecer del día 22 de
Sabaneta, después que el comandante de Armas Batista se retiró a Los
Cercadillos. Al jefe del movimiento le acompañaban el coronel Pierre, el coronel
José Mártir, el Oficial Ignacio Reyes y otros. El pueblo no tenía guarnición
española.
A seguidas de la proclamación de Sabaneta, siguió la
rebelión de Montecristi dirigida por José Alejandro Metz; la ciudad fue
dominada por los patriotas por breve tiempo.
Santiago Rodríguez quiso adueñarse inmediatamente de
San José de las Matas enviando al comprometido Antonio Batista acompañado del coronel
Ignacio Reyes y del joven Luperón a llenar ese cometido. En aquel pueblo los
revolucionarios contaban con la complicidad del General Bartolo Mejías, hombre
de prestigio en la región. El número de efectivos aumentó al llegar a Guaraguanó
(actual Monción), pero al cruzar el río Mao en el sitio de Bulla, los
expedicionarios fueron recibidos a tiros por los mantenses.
Hubieron de variar la dirección para seguir el difícil
camino por la montaña denominada El Peñón. Al llegar a la confluencia de los
ríos Inoa y Ámina, fueron atacados el día 23 por fuerzas de la reserva (dominicanos,
pero al servicio de España) comandados por el coronel de las reservas José
María Checo, quien logró derrotar a las fuerzas patriotas favorecido por el
buen armamento y por la posición privilegiada que ocupaba. Por la noche, luego
de suspendido el fuego, el General Batista recibió una orden del General
Santiago Rodríguez para que regresara a Sabaneta.
El fracaso español en Guayubín puso en movimiento las
fuerzas españolas del General José Antonio Hungría, comandante de Armas y
Gobernador de Santiago. El puesto de gobernador pasó a ser ocupado con carácter
de interino por otro general de las reservas dominicanas, Aquiles Michel
(españolización de Achille Michelle).
Pero Hungría llevaba pocas tropas y al conocer la
importancia de la revuelta, comenzó a emplear la diplomacia para disuadir a los
rebeldes, mientras daba tiempo a que tropas españolas al mando del Brigadier
Manuel Buceta, Gobernador de Samaná, llegasen a Montecristi por mar.
El 24 de febrero, estando acantonado en Jaibón, el
General Hungría tuvo noticias de la rebelión en Santiago, y marchó
inmediatamente sobre la ciudad para enterarse a su llegada de que ya la
revuelta estaba controlada y se apresuró a retornar contra Guayubín. Se reforzó
con más tropas y salió hacia La Línea el día 27 de febrero, haciéndose
acompañar por una comisión de patriotas: Furcy Fondeur, Benigno Filomeno de
Rojas, Carlos Fermín y Tito Fermín.
En dirección a Guayubín, el General Hungría acampó en
Villalobos, desde donde se comunicó con el coronel Lucas Evangelista de Peña,
quien actuaba como jefe militar de la revolución por hallarse Santiago
Rodríguez enfermo. Lucas de Peña se decidió a abandonar la revuelta ante la
evidencia de la impreparación de esta y del gran ataque español que se
avecinaba, prefiriendo acogerse a las garantías prometidas por el Gobernador de
Santiago.
Peña comisionó al comandante Pedro Antonio Pimentel
para que hiciera retroceder al coronel Benito Monción, quien con 800 hombres
marchaba sobre Hungría. Pero Monción se opuso a todo arreglo, no obstante, lo
cual la acción de Peña causó confusión y desmoralización en las tropas.
A pesar de la decisión de Monción, el General Hungría
supo aprovechar la situación y pudo ocupar a Guayubín, mediante una maniobra
rápida y aprovechándose de que Peña y Torres habían abandonado ese pueblo para
retirarse, indecisos y confusos, a Dajabón.
Con sus activos grandemente disminuidos, Monción,
acompañado de Juan de la Cruz Álvarez y otros oficiales, determinó resistir en
Mangá, en la confluencia de los ríos Yaque del Norte y Guayubín. El fuerte de
Mangá era una posición sólida y bien artillada que nunca pudieron tomar los
haitianos en la Independencia.
Monción contaba con cuatro piezas de artillería
sacadas de Guayubín, pero puestas en manos incompetentes, y con unos doscientos
hombres, restos de dos mil que tuviera poco antes, esperó a Hungría que atacó
el 2 de marzo a las 7 de la mañana.
Pero los patriotas no pudieron resistir el ataque
español, quienes con inferioridad numérica pudieron capturar el fuerte.
Con los españoles iba el General dominicano Gaspar
Polanco, que comandaba la caballería, como General de las reservas.
De Mangá, Hungría marchó sobre Sabaneta. Monción
pernoctó en El Llano de San José, cubriendo el Paso del Café del Río Guayubín,
tratando de reorganizar sus fuerzas después de la derrota, y Hungría, que no
pudo forzar la avanzada, aprovechó los dos días siguientes para reunir un
numeroso ejército con el objeto de aplastar el cuartel general de la
revolución.
El día 5 de marzo, a eso de las cuatro de la tarde, se
presentó el General Hungría por El Guanal, camino de Dajabón, con más de mil
hombres. Y aunque sólo había en el pueblo 135 patriotas de los más
comprometidos al mando de Santiago Rodríguez, estos resistieron bravamente.
La defensa de Sabaneta fue en extremo heroica, y en
ella murió el coronel José Mártir "sobre un montón de cadáveres"
tratando de detener casi sólo un furioso asalto al arma blanca que desató el
General Gaspar Polanco, todavía al servicio de los españoles.
A las seis de la tarde, aplastados por la superioridad
numérica de los atacantes y sin municiones, Santiago Rodríguez y los demás
oficiales patriotas se retiraron con los restos de su diezmada tropa al otro
lado del Río Yaguajal, en donde los españoles no creyeron prudente seguirle ya
que empezaba a anochecer.
Desde Sabaneta el General Hungría mandó a Campillo
sobre Montecristi, pueblo que el español encontró abandonado, y donde convergió
también el Brigadier Buceta por la vía marítima con dos compañías de cazadores
y una sección de artillería.
Con la caída de Sabaneta los patriotas quedaron
desorganizados y sus jefes hubieron de refugiarse en distintos sitios para
continuar la agitación clandestina. Centenares de campesinos y habitantes de
las poblaciones rebeldes, por estar comprometidos en la revuelta, hubieron de
abandonar sus hogares, dejando desamparadas a sus familias.
El Capitán General Felipe Ribero proclamó, el 28 de
febrero, el estado de sitio en todo el territorio de la parte española de la
isla y dictó una serie de disposiciones que suprimían las pocas libertades y
garantías vigentes en teoría, basándose en leyes españolas del año 1821.
Rebelión en Santiago
Cuando en Santiago se supo que la plaza de Guayubín
había sido tomada por Lucas Evangelista de Peña y su gente, los directivos de
la conspiración en Santiago, que eran los miembros del Ayuntamiento y otras
personas prominentes (Juan Luis Franco Bidó, el poeta Eugenio Perdomo, entre
otros), decidieron lanzarse a la acción.
El día 24 de febrero de 1863 en la tarde, los rebeldes
encabezados por Ramón Almonte, José Vidal Pichardo y Carlos de Lora, se
apoderaron del edificio de la Cárcel Vieja, situada frente al actual Parque
Duarte, pero no tenían armas, situación esta última que ignoraban los
españoles. Los detenidos que se encontraban la cárcel fueron puestos en
libertad por orden del regidor Pablo Pujol.
El gobernador interino General Aquiles Michel, de las
reservas dominicanas, reunió al Ayuntamiento para intervenir. Los miembros del
Ayuntamiento Juan Luis Franco Bidó, Pablo Pujol, Alfredo Deetjen y el síndico
Belisario Curiel, quienes habían sido instigadores secretos de la revuelta o
por lo menos simpatizaban con ella, trataron de frenar las represalias de los
españoles y ganar tiempo interviniendo como mediadores para negociar la
situación.
Pero casi al anochecer el teniente coronel Zarzuelo,
asistido por el comandante Campillo, destruyó el juego reduciendo a prisión a
los concejales y al síndico y mandó una compañía del fuerte San Luis a atacar
la cárcel, reducto de los revolucionarios, a bayoneta calzada.
Los patriotas perdieron la acción, desarmados o
portadores de estacas, y algunos machetes y lanzas primitivas, aunque peleando
bravamente. Entonces, aprovechando la noche, se dispersaron y se reunieron como
pudieron en el fuerte Dios para decidir reunirse en Sabaneta los que pudieran
hacerlo.
En esta acción murieron el abanderado Gautier, puertorriqueño,
Ignacio de la Nana y Agapito Valentín. De parte de los españoles, murió un
soldado y hubo varios heridos de machete y lanza.
A la derrota siguieron numerosas prisiones y
violencias que el General Hungría encontró consumadas al día siguiente. Hungría
dispuso nuevas prisiones y regresó a La Línea. El día 28, el Capitán General
Felipe Ribero decretó la creación de una Comisión Militar Ejecutiva en Santiago
para “instruir, sustanciar y fallar las causas de la conspiración, infidencia y
rebelión contra el Estado”.
La revuelta dio ocasión para que el General Pedro
Santana ofreciera sus servicios al Capitán General Ribero, y de inmediato éste
lo encargó de dar cumplimiento a todas las disposiciones de emergencia dictadas
dentro del estado de sitio, misión que llevó Santana hacia el Cibao acompañado
del General dominicano José María Pérez Contreras y del nuevo Segundo Cabo de
la colonia, Brigadier Carlos de Vargas. Aparentemente Santana no se inmiscuyó
en las actuaciones de la Comisión.
La Comisión rápidamente condenó a muerte a varios
patriotas, a trabajos pesados en el presidio de Ceuta a otros muchos y declaró
en libertad a un buen número de inocentes. Treinta sentencias de muerte fueron
pronunciadas en perjuicio de revolucionarios detenidos o prófugos. Santana
intercedió para que no se fusilara al General Juan Luis Franco Bidó y muchos
personajes influyentes pidieron el indulto a todos los condenados a muerte.
Finalmente se redujo a cinco los condenados a muerte y más tarde a otros dos
más de Sabaneta.
El 17 de abril fueron fusilados frente al cementerio
de Santiago el poeta Eugenio Perdomo, el carpintero y antiguo comandante de la
Guardia Civil en la época de la Independencia, Pedro Ignacio Espaillat, José
Vidal Pichardo, Carlos de Lora, el zapatero y antiguo Capitán patriota Ambrosio
de la Cruz, responsables de la revuelta de Santiago.
Algunos días después fueron ejecutados en el mismo
sitio el coronel Pierre Thomas y el General Antonio Bautista, ambos tenientes
del General Santiago Rodríguez y que habían sido apresados en los campos de
Sabaneta.
El 16 de marzo, el Capitán General Ribero había
emitido un decreto indultando a los 23 prófugos complicados en el último
movimiento y a los que estaban complicados en el alzamiento de Neiba. En
conocimiento la Reina Isabel II de lo ocurrido, dictó un decreto el 27 de mayo,
publicado en Santo Domingo el 22 de junio, concediendo:
... amnistía general, completa y sin excepción, a
todas las personas que hubieran tenido participación en los actos políticos
anteriores a la reincorporación, así como también a las que directa o
indirectamente hubieren tomado parte en la insurrección que había tenido lugar
últimamente en la isla...
A trabajos pesados en el presidio de Ceuta se condenó
a Pepín Cepeda, Álvaro Fernández, N. Jiménez, Pedro Quintín y Jacobo Rodríguez,
hermano este último de Santiago Rodríguez. Al recibirse el decreto real del
indulto, Ribero envió un vapor de guerra para que encontrara en alta mar al
vapor donde iban los condenados y los regresara. Los condenados pasaron 6 días
en la Torre del Homenaje en Santo Domingo y luego fueron dejados en libertad.
La gesta final
El 16 de agosto de 1863, un nuevo grupo bajo el liderazgo
de Gregorio Luperón y Santiago Rodríguez hizo una audaz incursión en el cerro
de Capotillo (Dajabón) e izaron el pabellón dominicano. Esta acción, conocida
como el Grito de Capotillo, fue el comienzo de la guerra.
Una ciudad tras otra en el Cibao se unió a la
rebelión, y el 13 de septiembre, un ejército de 6,000 dominicanos se atrincheró
en la Fortaleza San Luis, en Santiago. Los rebeldes establecieron un nuevo
gobierno al día siguiente, con José Antonio 'Pepillo' Salcedo como presidente,
e inmediatamente calificó a Santana, que ahora era líder de las fuerzas
españolas, como traidor.
Salcedo intentó pedir ayuda a los Estados Unidos, pero
fue rechazada.
España tuvo un momento difícil luchando contra los
rebeldes. En el transcurso de la guerra, perderían más de 33 millones de pesos
y sufrirían más de 10,000 víctimas (en gran parte debido a la fiebre amarilla).
Santana, quien había sido venerado como un excelente
estratega militar, se vio incapaz de romper la resistencia dominicana. En marzo
de 1864, desobedeció deliberadamente las órdenes de concentrar sus fuerzas en
torno a Santo Domingo y fue reprendido y relevado de su cargo por el Gobernador
General José de la Gándara quien mandó a Santana a Cuba para hacer frente a una
corte marcial.
Sin embargo, Santana murió repentinamente antes de que
esto ocurriera.
De la Gándara trató de negociar un alto el fuego con
los rebeldes. Él y Salcedo aceptaron discutir los términos de paz, pero en
medio de las negociaciones, Salcedo fue derrocado y asesinado por un grupo de
descontentos encabezado por Gaspar Polanco.
La facción de Polanco estaba preocupada de que Salcedo
tuviera la intención de retornar al expresidente Buenaventura Báez, a quien los
rebeldes odiaban tanto como odiaban a los españoles por sus acciones antes del
golpe de Estado a Santana en julio de 1857.
A pesar de que Báez se había opuesto inicialmente a la
anexión española, una vez vivió en España con un subsidio del gobierno y tuvo
el grado honorario de mariscal de campo en el ejército español. No fue sino
hasta el final de la guerra que él volvió a la República Dominicana.
En España, la guerra estaba demostrando ser
extremadamente impopular. En combinación con otras crisis políticas que estaban
ocurriendo, que llevaron a la caída del primer ministro español, Leopoldo
O'Donnell. El ministro de Guerra de España ordenó el cese de las operaciones
militares en la isla, mientras que el nuevo primer ministro Ramón María Narváez
llevó el asunto ante las Cortes Generales.
El gobierno de Polanco fue de corta duración. Después
de un nefasto ataque sobre la posición española en Montecristi y los esfuerzos
para establecer un monopolio del tabaco en nombre de sus amigos, él mismo fue
derrocado por Benigno Filomeno de Rojas y Gregorio Luperón, en enero de 1865. Dándole
tregua a la lucha, la junta provisional organizó una nueva constitución, y
cuando se aprobó, el general Pedro Antonio Pimentel se convirtió en el nuevo
presidente el 25 de marzo 1865.
En el otro lado del Atlántico, las Cortes decidieron
que no querían financiar una guerra por un territorio que en realidad no
necesitaban, y el 3 de marzo de 1865, la reina Isabel II firmó la anulación de
la anexión. El 15 de julio, las tropas españolas abandonaron la isla.
Secuelas
Aunque muchas ciudades dominicanas y la agricultura en
todo el país fueron destruidas (a excepción del tabaco) durante la guerra, la
Guerra de Restauración trajo un nuevo nivel de orgullo nacional a la República
Dominicana. La victoria dominicana también le demostró a los cubanos y
puertorriqueños que España podía ser derrotada. Por otro lado, en la política
local, el liderazgo durante la guerra se concentró en las manos de pocos
caudillos regionales, quienes podían ordenar la lealtad de las regiones. Este
sistema de poder político se mantuvo hasta finales del siglo XX.
La política dominicana se mantuvo inestable durante
los próximos años.
Pimentel fue presidente durante sólo cinco meses antes
de ser reemplazado por José María Cabral.
Cabral, a su vez fue derrocado por Buenaventura Báez
en diciembre de 1865, pero retomó la presidencia en mayo de 1866. Sus
negociaciones con los Estados Unidos sobre la posible venta de la tierra
alrededor de la Bahía de Samaná resultaron ser tan impopulares que Báez fue
capaz de recuperar la presidencia una vez más en 1868.
En las relaciones dentro de la isla, la guerra marcó
un nuevo nivel de cooperación entre Haití y la República Dominicana. Hasta
entonces, Haití había considerado la isla de La Española como “indivisible” y
había intentado, sin éxito, conquistar la mitad oriental varias veces en el
pasado. La guerra obligó a Haití a darse cuenta de que este objetivo era
esencialmente inalcanzable, y fue sustituido por años de disputas fronterizas
entre los dos países.
Héroes de la guerra restauradora.
Texto: J.Marcano
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